Barack Obama: Premio Nobel de la Paz, un comentario

13 de octubre de 2009

Argumentar si una persona mereció o no un premio después de habérselo conferido es tan académico como argüir que no todos los astros que vemos brillar en el firmamento están actualmente ahí.

Es por eso que lo propio sería conjeturar sobre las implicaciones de dicha distinción a la luz de los acontecimientos actuales.

Me parece que nunca antes la paz ha sido un tema de tanta relevancia como lo es hoy y es por eso que, lejos de entrar en los méritos de Obama para merecer el Premio Nobel de la Paz, lo que procede es preguntarnos:

¿Qué deberá, o qué tendría que hacer él para justificarlo?

El terrorismo, tanto el de afuera como el de fabricación casera, ha convertido nuestro espacio habitacional en un barril de pólvora. Expresión ésta algo vieja e imprecisa, porque lo correcto sería decir en un arsenal de bombas y dispositivos nucleares.

En el Medio-Este no se sabe cuál es el verdadero rostro del terrorismo porque cada bando reclama para sí el derecho único de la verdad. Aunque a decir verdad, nadie tiene derecho a involucrarse en los asuntos internos de ningún país soberano, de la misma manera que a nadie le asiste el derecho a sacrificar vidas humanas en aras de una verdad.

Es por esas marcadas diferencias de intereses económicos y cultura que al que acá llamamos terrorista allá los denominan patriotas y a los que allá llaman “perro capitalista”, que guarda iguales connotaciones que terroristas, y algo más, acá convertimos en senadores, secretarios de defensa, directores de la CIA y hasta presidentes.

No es el acto, sino la causa lo define al héroe y la óptica desde donde se le mire.

Mi madre, que era muy particular en sus cosas, solía decir: “Esté salao o esté sabrío yo me lo espeto, pero en asuntos de marido y mujer yo no me meto”.

“Sabia virtud, la de mi madre, de conocer el tiempo”.

Quizá la paz es un concepto abstracto, indefinido e indefinible, por lo que quizá sea necesario tranzar por algo menos abarcador, como podría ser la tranquilidad, el sosiego, el reposo. El diálogo.

Mientras el mundo convulsiona y la paz se convierte en botín de guerra, el universo también convulsiona a consecuencia de esa tendencia nuestra hacia el conflicto.

Deforestamos el planeta, lo desangramos. Contaminamos el aire y el agua y abrimos una brecha en la atmósfera para precipitar su devastación. De todas las especies que lo habitan, nosotros somos los únicos responsables por su destrucción.

Nuestra especial tendencia a la violencia ha convertido al planeta en un campo de batalla. En una tierra de nadie donde la ley del más fuerte y poderoso es la Ley.

Toda esa realidad que a grandes rasgos hemos trazado nos lleva a la pregunta inicial: ¿Qué deberá o tendría que hacer Barack Obama para justificar ese Premio Nobel de la Paz que se le confirió?

Si bien no es justo pretender encontrar los cuernos del diablo en los Estados Unidos, lo mismo no puede decirse de su candela.

La violencia en USA se ha convertido en parte de nuestro cotidiano vivir. La vemos en cada largometraje que se proyecta, tanto en los teatros como en la pantalla chica. Está en los comerciales, en los programas de entretenimiento familiar, en los sketches de comedia, los muñequitos que nuestros niños presencian una y otra vez. En las escuelas y los centros de trabajo, en las calles, en el gobierno y en nuestras instituciones religiosas. Hemos desarrollado una actitud patológica hacia la violencia al punto de considerarla como un rasgo inherente de nuestra personalidad individual y colectiva.

No existe un lugar en el planeta donde se glorifique más la violencia que en los Estados Unidos de América. Una violencia sin motivo. Sin causa y sin razón. Una violencia sin nombre.

Esa misma violencia que acá nos consume ha generado, y continúa generando, mucha violencia en el mundo.

En Cuba, esa violencia de la que hablamos, voló el acorazado Maine, matando a un número de tripulantes, todos ellos estadounidense, y antes de Cuba, en Nuevo México: “Remember the Alamo”.

En la República Dominicana impuso a un Rafael Leonidas Trujillo, en Cuba a Batista, en Nicaragua a Somoza, en Panamá a Noriega, en Chile a Pinochet y donde quiera que miremos hemos de ver el tridente inflamado con el fuego que en USA arde sin control por doquier.

La prensa estadounidense, portavoz de los grandes intereses multinacionales que no reconocen principios de humanidad ni le hacen coro al patriotismo, ha sido, desde tiempos inmemoriales, la encargada de crear las condiciones psicológicas (condiciones subjetivas, como les llaman los economistas) para justificar la violencia. Para legitimarla.

Así fuimos testigos de cómo la cadena de periódicos de la familia Hearst, encabezaba cada uno de sus rotativos con la frase inflamatoria REMEMBER THE MAINE, para manipular la opinión popular y precipitar el conflicto iberoamericano.

Hoy la carrera armamentista, que décadas en el pasado se circunscribía a la Unión Soviética, Estados Unidos y en un grado mucho menor, China, se ha versificado de manera alarmante.

Se sabe que otras naciones (Reino Unido de Gran Bretaña, Irlanda del Norte, República Francesa, India, Pakistán y Corea del Norte) están en posesión de armas nucleares (hay razones para suponer que Israel también la tiene) y otras muchas poseen la técnica para fabricarlas y el dinero y las conexiones para adquirirlas.

Eso constituye un serio peligro para la humanidad porque cinco de esas poderosas armas, colocadas de manera estratégica, son suficientes para destruir toda forma de vida bajo su atmósfera.

En gran medida, la historia está ahí para corroborarlo, el gobierno norteamericano ha contribuido a que eso sea así. Recordemos, para no entrar en un fatigoso desglose de hechos irrefutables, al célebre Oliver North y su participación en el sonado caso de venta de armamentos, información y trafico de drogas, conocido en ingles como “The Iran-Contra Scandal”.

Aún no cumple un año en su mandato y a Barak Obama se le confiere el Premio Nobel de la Paz, quizá no tanto por sus méritos personales en la consecución de tan prístino ideal, como por las grandes y esperanzadoras posibilidades que se le vislumbran para alcanzarlo. O por lo menos, para dar pasos importantes que nos pongan en camino de lograrlo.

De acuerdo a los estatutos federales del gobierno norteamericano Barack Obama no puede ejercer el cargo de presidente más allá de dos términos, si es que recibe el favor de sus compatriotas en las urnas, por lo que sería insensato esperar que en ocho años pueda un hombre y un gobierno transformar lo que costó tanto tiempo edificar: la cultura de violencia que hoy mina al pueblo que preside.

La pregunta que arriba esbozamos no compete a nosotros contestar, pero nos reservamos el derecho a que se nos conteste y nos comprometemos, al menos así lo veo yo, a ser partícipes de ese esfuerzo por buscar esos puntos de encuentro donde pueda expresarse a sus anchas la palabra conciliatoria. Para que prevalezca el diálogo sobre la intolerancia.

© Josué Santiago de la Cruz

Tomado de Encuentro... Al Sur / Ediciones Abeyno

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